jueves, 27 de septiembre de 2007

No, no nos podran paraR.

Me había prometido a mí mismo no escribir en el blog hasta no verme instalado en un sitio al fin, y tener mi propia conexión a Internet. La idea de escribir larga y cotidianamente en los ordenadores de la universidad hacía aguas en el mar de mi ánimo, pues aquellos son de teclas extrañas, sin mi querida Ñ (aycuantolaquiero), y con las interrogaciones, guiones, puntos, en otros sitios ocultos, por ahí a cubierto de mis dedos y necesidades, y al fin cuando daba con ellos, bailaban al refugio de otras teclas y otras combinaciones distintas, y se cerraba el grifo de la prosa, y así no hay quien trabaje.

Ah, amigos, tanto que contar… Mañana hace un mes que partí de la mamá España, y, caramba, cuanto la odiaba allí viviendo, qué mal me caían los políticos y sus discordias constantes, que poco aprecio a los sistemas educativos, qué asco los coches, el gris, los humores que exhalaba el metro entre el alcantarillado –de paso combinándose con los humos de las heces madrileñas-, que miedo las calles por las noches, qué frío, qué calor, cuánta obra, cuánto Gallardo obrero en ciernes de alzar los suelos, cuanto ruido, cuantas nueces, cuanto alquitrán, cuanto asfalto, cuánto as, cuánto falto de tó qué estaba tó… Ay, y cuánto te añoro, Madrid…

Canadá es genial –para los canadienses, y no para todos-. (je).

Durante la primera semana me hospedé en un Hostel llamado The Jail –no en vano fue una cárcel varios cientos de años, y sólo 30 que alberga a elementos como yo-. Mantiene la decoración carcelaria, los habitáculos son celdas, las puertas barrotes, los barros garrotes, y catarros de bote (no sé a qué mí última frase).
En mi segundo día allí, un tipo que allí trabaja regalome una bicicleta, pues le expliqué que me mudaba a Gatineau (consulten ustedes los mapas del google), y el hombre me dijo que tenía una bici en desuso, y que para mí, así los cuarenta y cinco minutos de caminata quedarían no más restados a diez –ustedes perdonen, pero el grueso de mis amigos canadienses se reparten la nacionalidad entre hispanos y franceses no más. Todos geniales sin excepción-. Así acepté la bici.
En mi primer día de bici, sólo me limité a amarrarla con una cadenita recién adquirida –no sin dificultad, pues aún no conocía la ciudad, ni las tiendas, ni los precios baratos, ni los idiomas-. Así la dejé ahí amarradita, y marché a la fiesta de unos compadres franceses que inauguraban piso –esa sería mi primera noche en mi nueva casa en Gatineau, a mis tres cuartos de hora a pie, mis diez en bici-. ¿Pensar en que me robaran la bici? No, hombre, cómo podrían estos cabezas partidas –término evocado por el diseño con que los creadores de Soth Park tuvieron a bien ilustrarnos-; así, con mi querido Michael Moore nadando apacible en el mar de mi cabeza, anduvime hacia la fiesta afrancesada –que de afrancesada nada-. Genial fiesta, de por cierto.
El siguiente párrafo comenzará con el título que aquella noche pensé que pondría a este episodio cuando lo colgara del blog:

ME CAGO EN MICHAEL MOORE.

Un día. Un día, mis queridos amigos. En este país donde la gente duerme con la puerta abierta. Donde en Toronto sólo se ha producido una muerte con arma de fuego en los últimos tropecientos años, y fue de mano y gatillo de un americano huido de la justicia. Un día, y parte de su noche, y, zas, toma, anda, mira, oye, dice, coge, agarra, pilla, como si dijéramos, que fuéramos a decir, que no hemos dicho nada: me robaron la bici, a fuerza de tenaza.

Así es que voy y vengo cada día a Ottawa desde aquí (mis dos horitas mínimas de marcha no me las quita ni el tato); claro que hay autobuses, pero son caros, carísimos. Los tomo de vez en vez, pero la verdad es que se me antoja gustoso pasear por estos lugares, en este momento del año, que hace un calor parece que desconocido por esta gente… Mas en breve habrá unos cuantos centímetros de nieve –por lo menos o más-, y habrá que autobusear…

Pero esto es Canadá, y soy estudiante de intercambio, y en tan poco tiempo conozco casi tanta gente como conozco en Madrid, y debo decir, que, jo, por ahí gente que no tiene de mí más referencia que una cerveza en un bar, y un idioma mal hablado, y un chiste medio chapurreado y gesticulado, y, puf, una muchacha me regaló su bici hace un par de días. Pero también me ha puesto en contacto con un tipo genial –papá francés, mamá japonesa, criado en Los Ángeles, parlante de 6 lenguas, 24 añitos, Ninja, surfer, skater, patinador sobre hielo, un par de años por varios países de Sudamérica, entre otras cosas, de ilegal en Urugay, en una ONG cuidadora de tortugas marinas-, y el tipo me ha dicho que me alquila la parte de debajo de su casa por… No sé, cuánto te va bien pagar, pues no sé, tanto, ah, muy bien, y ala, el uno de noviembre me mudo para allá. Una casa genial, un barrio genial –también algo lejos de la uni, pero tendré bici, y más comunicación…-.



Bueno, chicos, varias cosas más, que ya iré contando.

Un beso a todos.

Espero que todo bien.

Comuníquense no más por mi mail, y yo les responderé en individualidad.

Seguiré escribiendo con algo más de regularidad.

Ustedes miren el blog como les venga en gana, en verdad escribo para mí, que se me olvidan las cosas!

Chauchau.

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