lunes, 28 de enero de 2008

Equinoccio

Equinoccio. Tocada la mitad, y rebasado su borde, puedo hablar de propiedades.

El miedo. Iracundo, como siempre. Pero cambió de faz hace tiempo. Ahora viste de futura melancolía. Ahora se retuercen las serpientes del ánimo enroscándose en mis tobillos. Me hacen trastabillar, casi a cada paso. Sé que añoraré a ciertos amigos, ciertos edificios, ciertos caminos, ciertos paseos, ciertos aires, y a cierto conejo.

España me duele adentro. Sueño con ella a menudo. Las historias son vanguardistas, pero ella está presente.

El invierno es tan extraño, ya tan sumido en el equinoccio. En el comienzo, parecía apretar que iba a ahogarnos a todos. Y luego unos días de calor derritieron todo el hielo, descongelaron el canal, la nieve se deshizo, las bufandas, los abrigos, volvieron a ser menos gruesos. Luego el frío ha vuelto, pero no ha vuelto a nevar locamente como entonces, y el paisaje no termina de cuajarse. Parece que hay una parte del canal, donde el hielo se mantiene, ayer algunos franceses fueron a patinar. Yo iré, probablemente esta semana: adoro el patinaje sobre hielo. Torpe y mostrenco, iré.

Ayer estrenaron el nuevo CUT de BLADE RUNNER. Nuevos cortes del director, Ridley Scott. Muy de pequeño, no entendí aquel film. Sin embargo me dio una pena horrible. Algo más mayor –cuando alguien me metió ya el miedo en la cabeza- volví a verlo y sentí pavor de aquellas máquinas locas, que ahora me traen al recuerdo a Roberto, el robot esquizofrénico de Futurama. Y al final la misma pena –ahora sí se adentró la música en el alma: Vangelis, que se mezcló con el amor que sentía por “al filo de lo imposible”, pues utilizaron las mismas líneas melódicas y cortantes-. Algo más crecido volví a verla. Ahora estaba empapado en filosofía. Y la vi de otro modo. Aquel film lo encontré lleno de sentido. Un poco de miedo me agitó desde los tobillos, bastante lástima –ahora comprendía la historia de amor-, y la música ya tuvo nombre y compositor. Ayer la re-estrenaron, y fui al evento, pero el cine –bien ancho de por sí- se vio rápidamente copado. Así que fuimos a comer una rápida hamburguesa canadiense, y luego a casa de Renaud –mi francés preferido de tantos de los que me rodeo-, a ver RUSHMORE, una película de Wes Anderson –The Royal Tenenbaums, The Life Aquatic with Steve Zissou-. Voy a menudo a casa de Renaud, le doy clases de guitarra, y puedo practicar mi francés. El pasado cuatrimestre, también daba clases de español a Sarah, que vivía con él, pero Sarah se ha embarcado ahora en otra buena aventura: anda por México, Venezuela, Uruguay. No sé si al mismo tiempo, o en un sitio y después el otro. Pero anda. Ahora tiene que dominar bien el español. Y esto me lleva a otro tema tocado y rebasado el equinoccio: la lengua.

Estoy maravillado, sumido en la observación de mi propio cerebro. Su funcionamiento me abruma. Y no porque funcione asombrosamente, de hecho, en cuestiones de lenguas, funciona más lento de lo normal. Pero me maravilla como el cerebro humano va asimilando una lengua nueva, y transportando otra. Tras todo este tiempo, me siento al fin haber rebasado el equinoccio del aprendizaje de una lengua: el francés. No la domino. Habitualmente no me entero. Habitualmente me atasco, o construyo atrocidades, que a fin de cuentas se entienden. Pero vibra en mi cerebro. Y ya ha dejado de suministrar el característico estrés que uno tiene cuando quiere y no puede. Puedo inmiscuirme en una conversación en francés, y, al fin, estar relajado. Sin entender todo, sin poderme explicar bien, estoy tranquilo. Son muchos los momentos en los que el español desaparece, y uno se ve pensando en otra lengua. Es extrañísimo. La mayoría de vosotros, aquellos que me leáis, sabréis de qué hablo, aunque quizá no hayáis vivido así de maravillados tales momentos: como bien me describió el mejor amigo de sus amigos, soy alguien IMPRESIONABLE. Igual que película fotográfica, me impresionan los colores, las películas, los artículos, algunos libros, algún poema, las personas. Ahora ando impresionado por cierto funcionamiento del cerebro humano: la lengua.
Y así como vivo este mágico proceso, vivó otro atroz: el inglés. 12 años de libros y profesores, y luchando por amarrar esa maldita lengua al entendimiento. 12 años, en los que poco a poco sentí mejorar. Mas no sé el motivo exacto, no sé el exacto porqué, quizá porque apenas lo practico –alguna vez con los compañeros de piso de Queralt, alguna vez con Ogui, que es su primera lengua de las 5 que parla-, pero se está yendo lo poco que había. Cada vez que me enfrento a él me nacen sudores fríos y temblores. Y normalmente, cuando empiezo a relajarme, brotan por aquí y por allá palabras en francés, sin darme cuenta. La gente habla aquí, por lo común, ambas, y otros muchos también español, pero cuando la gente cambia de rostro y la sonrisa se torna en un semblante de duda, es que no sabe francés, y mi discurso debe estar lleno de palabros francos. En cualquier caso, he tomado la determinación de no combatirlo. Ando bien fatigado. El aprendizaje de una lengua es suficiente para mí, que no tengo ningún arte o talento en asimilar un nuevo lenguaje. Mi decisión será ir a Irlanda unos meses, y abandonar el español y el francés. Y a este respecto, Luis Ángel, Dani, Fran, será un placer compartir con ustedes tal viaje.

Y basta ya, ¿no? Mucho discurso. Tengo cosas atrasadas para vosotros. Acontecimientos pasados, que vendrán en el futuro. Algunos títulos que se estrenarán próximamente:

NOCHE VIEJA CON LOS HARE EN MONTREAL.

CUENTO DE NAVIDAD, DESTINO: UN POBRE PAVO.

HE TOCADO SAMBA CON MICHAEL MOORE Y RAJOY, QUE SE VEÍAN PRESOS DENTRO EN LA MISMA PERSONA.

Alé. Un abrazo grande a todos los que me leéis y a los que no. A los que habitualmente dejáis alguna palabra –gracias miles, porque parece que no, pero anima: Inma, Andrea, Vincent, Ruth, Montero, Luis, Antoniete….-, y a los que no también.

Mua mua.

Muarcos.