Desde la pequegna celda
en la que me siento recluso,
puedo verter torpes miradas
desde las pobres grietas de las paredes.
Veo deslizarse el ladrillo y la roca,
con centenas de brechas cubiertas
en cuadrangulos de cristal.
Veo al pueblo poblar, en pisadas fuertes y bravas,
sobre el oxido pavimentado de la mugre
que arrojan tantos agnos de explendor.
Luego veo los carteles,
que abren zanjas de sangre sobre mi piel
me pueblan tanto y con tanto brio,
que siento las encias sobre-hinchadas
a tan poco de abrirse,
y entre sangre discurrir la dentadura
tras acudir al pobre intento,
en ansias de abundancia,
de hincarse en la lujuria mercantil,
de esta vasta ciudad que a si misma no se basta.
Pero luego veo a tantos
marchando tranquilos y abstraidos,
por los tramos de sus presentes particulares,
que me hacen poblar los parpados
de particulas pequegnas y brillantes
de esperanza:
pues la humanidad se abre paso
entre las entragnas de asfalto y metal
de sus propios corazones.
miércoles, 20 de febrero de 2008
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